martes, 20 de enero de 2009

EL LIBRO DE CULPA DE LOS DIOSES UR, EL
PRINCIPIO



De elementos del Mito del Origen, recogidos por W. Schaefer, K. Eigl y K.
Schneider.

Al principio era — Él — el Dios celeste. La tierra verdeaba bajo su sol. En el
eterno equilibrio — Él — venía a ver a su amada, que en el reluciente fulgor de las
aguas, en el mudo estado de los tallos maduros, en la profundidad de los túrgidos
cálices, gozaba la belleza de su incontenible amor. Cuando su cielo cubría de azul
la tierra, cuando su ojo refulgía de luz en el cielo, recubriendo de abrasador fuego
montes y mares, cuando el mediodía se hallaba sobre el mundo, ¡ésa era su hora!.
Delicioso y cálido dejó — Él — surgir el crepúsculo, como anticipo de la noche; su
luz retiraba la llama y aguardaba paciente en el fulgor de su frente.
Él era Got, (Got, Gott: Dios, equivalente a la distinción Brahmán, Brama
oriental) y el mundo estaba ordenado en el curso de sus días: luna y estrella estaban
en su memoria, sobre cada obra tronaba su voluntad, sobre cada existencia posaba
la mirada de su sol.
Pero cielo y tierra vacilaron. Del abismo surgieron nubes que oscurecieron el
cielo, las aguas corrieron rápidas hasta sumergir el sol. Más fuerte que — Él —
sembró la fuerza desencadenada. Ymir, el ruidoso húmedo, llenó el mundo, y sus
hijos, los gigantes de las tinieblas, dominaron el abismo. Pero del agitado oscuro
inicial (Ur) salieron las potencias: Ur-Aire, Ur-Agua, Ur-Fuego (Ur, sílaba arcaica
germánica intraducible si está aislada. Antepuesta al nombre o al adjetivo confiere
el sentido de “remoto, originario, primigenio”; en alemán moderno, de
“antiquísimo”). Ellas realzaron el mundo y separaron el Midgard (Mid-Gard: Reino
del Medio) del mar. Los astros erraron sin rumbo.
Cuando el sol reencontró al Mid-Gard, sobre él creció el primer verdor.
Cuando todos los astros llegaron a la playa encontraron árboles y de éstos salieron
hombres: Ur-Aire les dio el alma escrutadora, Ur-Agua los sentidos vigilantes, Ur-
Fuego el espíritu irradiante. Ellos fueron ahora llamados dioses. El mundo fue
puesto bajo su ley e iniciaron la edad de oro. No conocieron ni culpa ni destino.
Pero de Ymir engendraron las hijas del agitado inicial, las Nornas, violentas
féminas: Urd, la del origen sacro; Werdandi, impulso del devenir; Skuld, culpa
amenazadora del futuro. Ellas grabaron runas, las echaron, las leyeron y predijeron.

Se sentaban en la fuente de la vida para regar las raíces del árbol del mundo, sobre
el que sólo un asta constituía la existencia de los dioses.
Pero — Él — no estaba muerto. Desde una infinita distancia los dioses
vieron el esplendor de su oro y creció en ellos el ansia de tenerlo para la fortaleza
que construían en Asgard (As-Gard: Es la sede divina en el Midgard). Así ellos,
que venían de las primeras tinieblas, lanzaron el desafío a su propio origen celeste.
Éstos eran los asen. La tierra se agrietó y el abismo tembló en la lucha contra los
Vanen, combatientes contra el celestial.
¡Ah, vieja y nueva lucha en la que la tempestad ardorosa por asaltar saca
brillo a las espadas! cansado, el Asen Wodan se alejó en el cielo, abandonando la
dolorosa agitación del mundo.
Los Vanen entregaron a Freya como rehén; los Asen entregaron a Hoenir y
también a Mimir, el sabio de las profundidades acuáticas, como acompañantes
suyos. ¡Pero, ay, mal consejo fue para él!. Los Vanen le devolvieron su cabeza.
Wodan la puso junto al árbol, para que no se corrompiese, y cada día él bajaba a la
profunda fuente para consultarla sobre el futuro, dándole como prenda su ojo y
sentándose frente a ella.
La mayor sabiduría estaba en Gott Wodan. Allí, en el Valhala, cada día dos
cuervos se posaban sobre sus hombros de pensador y rememorador para traerle
todas las vicisitudes del mundo. Pero ya ningún equilibrio llenaba el día, los seres
elementales y los gigantes amenazaban a los Asen y una de las tres astas del árbol
ya estaba corrompida: ése era el dolor del gran padre Wodan.
Pero el esplendor volvía a él cuando salía cabalgando en el cielo para luchar
contra los gigantes: volvía con el vivo deseo divino de osar una vez más, en lugar
de aguardar sombríamente los días por venir del tenebroso destino. Por eso Wodan
amaba a los ardorosos guerreros mucho más que a los longevos y caducos
ancianos. Las vírgenes valkirias subían a su dorado castillo desde los campos
consagrados por la sangre.
El Valhala tenía quinientas cuarenta puertas y las salas resplandecían a causa
de las muchas espadas que había en las paredes. Al igual que en la tierra, tampoco
allí reinaba la paz. El canto del gallo llamaba a los héroes a la guerra: eterna vida y
eterna lucha, y eterna lucha era la salvación para el hombre al que Wodan recibía
en el castillo divino. Eterna salvación y eterno deber, porque el día predicho por las
Nornas caería sobre el Midgard.
La amada, Frigga, madre eterna de la vida, se había convertido en la esposa
de Wodan. A ella estaba dedicada la rueda del huso y llevaba llaves a la cintura.
Hilaba para terminar el traje de la existencia. Las fuentes de los niños y todos los
brotes (Keim: brote, capullo, yema. Más adelante se encuentra Donar con la misma
equivalencia. En tradiciones todavía posteriores Donar-Thor es, por último Thor)
eran su más querido secreto. Ur-Madre pertenecía al profundo; de él venía toda la
vida en el secreto del nacimiento y con él desaparecía en el secreto de la muerte.
Freya estaba graciosa sobre cada aparición y su dulce gracia elevaba todos
los corazones de dioses y hombres hasta el sol. Ella no pertenecía a nadie cuando
cielo y tierra se abrazaban. En la felicidad de la aurora y en el rubor dorado del
atardecer, la luna y las estrellas bebían la luz de su amor y la llevaban consigo
felices en el negro secreto de la noche.
Donar era el hijo rubio de Wodan, el más fuerte en la lucha contra los
gigantes. En su ímpetu su pavoroso martillo aplastaba y destrozaba los elementos
adversos. Dos cabras llevaban dando grandes saltos su carro a través del cielo, y
ante sus ojos centelleantes hasta los dioses retrocedían. Él velaba por ellos
aferrando con guante de hierro el martillo, para que nadie pudiese atreverse contra
los Asen por temor a su castigo. Por ellos era bien recibido Loki, gracias al pacto
de sangre con Wodan; pero ellos se fiaban poco de su maligna malicia, ya que él
tenía a todos por amigos, incluso a Hel, tenebrosa princesa de los muertos que en
las frías corrientes del Niflheim (“Mundo de abajo”, equivalente a la Runa y
“Kalkaz”. Cfr. el latín calceus, cuyo significado es “hombre corrupto, trastornado
por Podan y destruído por la lujuria”) acogía el fin de las acciones. En silenciosa
columna los separados de la existencia corpórea, tanto hombres como dioses,
entraban en el reino de las sombras con el destino del último fin. En torno al plato
terrestre arropaba el Midgard a su hermana, la gran serpiente, enemiga de los Asen.
El más amado por ellos era Baldur, luz ascendente y floreciente de
primavera. Los dioses gozaban de su eterna belleza, pero de improviso lóbregos
sueños lo atormentaron. Mimir predijo que en el designio de las Nornas él
conocería en seguida la muerte. La suplicante madre quiso y obtuvo el juramento
de todas las cosas muertas y vivas de la naturaleza sobre que nada dañaría nunca a
Baldur. Obtenido esto, gozosos los Asen le rodearon y le arrojaron y pincharon con
toda clase de objetos. ¡Oh, maravilla!. ¡Nada le dañaba!.
Pero el astuto Loki, vistiéndose de mujer, consiguió que Frigga le confiara un
secreto: el muérdago había sido omitido en el juramento. Entonces él hizo un
dardo, se lo dio en mano al ciego dios de la noche Hoedur, quien bromeando en el
círculo lo arrojó contra Baldur. Así él, herido de muerte, pereció.
Eso aterrorizó a los dioses. Ellos, tristes, lo pusieron sobre una nave.
Encendieron la pira con los destellos del martillo de Donar, y la empujaron hacia el
norte hasta que desapareció.
Desde entonces arden los fuegos en el día del solsticio (Se trata del solsticio
de verano. En el solsticio contrario, el invernal, un dios y una diosa conciben a
medianoche un niño que, convertido en adulto al alba, desafía y mata a Hoedur,
“despertando” a Baldur), en los montes flamean hasta medianoche: Baldur, la luz
ascendente y la primavera que irrumpe, cae al fondo del Hel (Hel se confunde con
Niflheim en el sentido de región infernal. Cfr. el alemán Hoelle y el inglés Hell,
infierno), las hogueras son encendidas para iluminar al muerto el camino del adiós.
Mientras la nave donde se quemaba Baldur corría al norte hacia el
Nebelheim (“Reino de las brumas”), cabalgó Hermut (“Señor del valor”: Herr:
noble; Mut: arrojo, valor), veloz hijo de Wodan, hasta el fondo del Hel para
rescatar a su hermano y volverlo a traer al Midgard. Cabalgó nueve noches a través
de tristes valles, hasta las gélidas corrientes, cruzó los resplandecientes puentes y
entró en el reino subterráneo donde la giganta Hel vigilaba para que nadie pudiese
salir de aquellas brumas y regresar al Midgard. Sin embargo, allí estaba Baldur,
sentado en un trono, todavía noble y reluciente en su oro. Saludó y recordó a
Hermut, impávido hermano, y rogó a la giganta por el mundo doliente para que le
permitiese salir libre. No, de las sombras del Nebelheim ni siquiera él saldrá: eso es
lo que dijo Hel.
Pero Wodan, el omnisciente, supo que nadie más que Loki disfrazado era la
giganta y la venganza se acercó. Bajo la forma de salmón en una cascada el astuto
se reía de los dioses perseguidores, pero la red del altísimo y el martillo de Donar le
obligaron a descubrirse. Así, en una caverna fue encadenado a la roca para que
sobre la cabeza le gotease el veneno que manaba de la boca de la serpiente del
mundo.
Pero Sigune era fiel a su esposo y con una concha recogía las gotas sobre su
cabeza. Sin embargo, cuando la colmada copa llegaba a derramarse, el veneno
tocaba al encadenado y su tormento hacía estremecerse a la tierra.
Sí, el destino de las Nornas estaba cada vez más cerca y el cosmos presintió
su crepúsculo.
La primavera no siguió a tres inviernos (Literalmente: “tres inviernos no
resultaron primavera”) y el sol perdió su fuerza, viniendo cada vez más de
Nebelheim fríos vientos, nieve y granizo (Correspondiente a la runa h Hagel
“granizo”. Su valor simbólico es el aniquilamiento, la serpiente que se muerde la
cola). Sobre los fríos campos de la tierra todo es guerra. La enfermedad, el hambre
y el miedo devoran el vacío mundo de los hombres.
La infame cría del lobo de los gigantes fructifica: en sus fauces el Sol y la
Luna son devorados, de sangre se inunda la divina sala de la dicha. Los astros se
precipitan del cielo, en la negra noche la tierra tiembla, tiembla; y las cadenas le
caen a Loki.

Ya él llama a las hordas inferiores al asalto de las sedes celestiales. Hel,
tenebrosa princesa de los muertos, ya parte de los abismos sobre Nagelfahr, nave
hecha con las uñas de los muertos y armada con el rencor de los infelices
desalentados. Fenrir, el gigantesco lobo, se abalanza llameante, la salvaje serpiente
agita los mares y éstos sumergen la tierra. Su veneno incendia aire y agua.
Heimdall (Heimdall vela desde los “arco iris”, los puentes que unen cielo y tierra),
divino guardián, hace sonar el cuerno para que los dioses sepan, y antes del último
duelo corta los puentes del cielo.
Pero la horda sale del sur sobre las llamas del odio. Wodan desciende a la
profunda fuente para interrogar a Mimir, pero la cabeza calla y el árbol vacila en
sus raíces. Se lanza entonces con la lanza contra el lobo, pero éste le devora con
ella. He aquí que Widar, el hijo, lo mata hundiendo el acero en el corazón de negra
sangre. Donar lucha contra la serpiente y el poderoso martillo la mata. Pero, alta,
ella escupe aún su veneno y así abrasa hasta la muerte al más fuerte de los Asen.
Heimdall cae sobre Loki, el maligno, y las hordas incendian el Midgard; las llamas
alcanzan los más lejanos confines del mundo.
El mundo que surge del temblor inicial, de la estruendosa humedad, por
separación de las fuerzas elementales.
El mundo de los culpables arde en el último fin.

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