viernes, 26 de diciembre de 2008

URD, VERDANDI Y SKULD LAS NORNAS



Deidades nórdicas del Destino, descendientes del gigante Narfi (padre de Nótt, la noche).
Las hermanas personifican el pasado, el presente y el futuro; Urðr (Urd, el pasado) es una mujer muy vieja que está siempre mirando hacia atrás; Verðandi (Verdandi, el ser) es una joven y bella mujer que siempre mira al frente; y a Skuld (Lo que vendrá) se la representa mirando un libro que aún no ha sido escrito.

Las tres hermanas viven bajo el Yggdrasil, cerca del manantial Urdar, en donde se encargan de mantener vivo y fuerte el fresno sagrado regándolo con agua del manantial y poniéndole tierra fértil en sus raíces. También alimentan a los cisnes que vivían en Urdar y cuidaban las manzanas de oro, fuente de juventud de los dioses, que colgaban de las ramas de Yggdrasil, solamente a Idun (diosa de la primavera) le permitían que recogiera la fruta para llevarla al banquete de los dioses.

Su tarea principal era tejer el Destino con hilos de colores que determinaban los sucesos que ocurrirían. Una linea negra que cruzara de Norte a Sur era presagio de muerte aunque a veces, Skuld deshacía con furia el trabajo hecho. Los telares que tejían podían extenderse por kilómetros, siguiendo la fuerza de la ley eterna del Universo (Orlog). Mientras ellas hacían su trabajo, cantaban una canción solemne.

La Historia de Nornagesta

Las tres hermanas visitaron Dinamarca en una ocasión y entraron en la morada de un noble cuando su primer hijo vino al mundo. Introduciéndose en la habitación en la que se encontraba la madre, la primera Norna prometió que el niño sería bien parecido y valiente y la segunda que sería próspero y un gran escaldo, predicciones que llenaron de alegría los corazones de los padres. Mientras tanto, las noticias de lo que estaba sucediendo se habían expandido y los vecinos entraron en la habitación en tales cantidades que la tercera Norna fue empujada groseramente fuera de su asiento.

Furiosa ante esta afrenta, Skuld se alzó altanera y declaró que los dones concedidos por sus hermanas serían inútiles, ya que ella decretaba que el niño viviría sólo tanto tiempo como el cirio que ardía al lado de la cama tardara en consumirse. Estas palabras llenaron de terror el corazón de la madre y estrechó estremeciéndose al bebé contra su pecho, pues el cirio ya casi se había consumido y su extinción estaba cercana. La Norna mayor, sin embargo, no tenía la intención de ver cómo sus predicciones se convertían en nada, pero, ya que ella no podía obligar a su hermana a retractarse de sus palabras, asió rápidamente el cirio, apagó la llama y le entregó el pedazo humeante a la madre del niño, pidiéndole que lo guardara cuidadosamente y que nunca volviera a encenderlo hasta que su hijo estuviera ya hastiado de la vida.

Al niño se le dio el nombre de Nornagesta, en honor a las Nornas y creció siendo tan hermoso, valiente y talentoso como cualquier madre pudiese desear. Cuando fue lo suficientemente mayor como para comprender la solemnidad de sus obligaciones, su madre le contó la historia de la visita de las Nornas el día de su nacimiento y colocó en su mano el fragmento de vela que quedaba, el cual guardó durante muchos años, dentro del armazón de su arpa para más seguridad. Cuando sus padres fallecieron, Nornagesta deambuló de un lugar a otro, tomando parte y destacando en todas las batallas, cantando sus hazañas heroicas dondequiera que fuese. Ya que era de temperamento entusiasta y poético, no se cansó pronto de la vida, y mientras otros héroes se hacían viejos y decrépitos, él permanecía joven de corazón y vigoroso de cuerpo. Por tanto, presenció las emocionantes gestas de las épocas heroicas, fue un preciado compañero de los antiguos guerreros y, tras vivir durante trescientos años, vio que la creencia en los antiguos dioses paganos pasaba a ser sustituida por las enseñanzas de los misioneros cristianos. Nornagesta llegó finalmente hasta la corte del rey Olav Tryggvesson, el cual, siguiendo su costumbre, le convirtió casi a la fuerza y le convenció para que fuera bautizado. Entonces, deseoso de convencer a su gente de que los tiempos de las supersticiones habían pasado, el rey obligó al anciano escaldo a extraer y encender el cirio que había guardado con tanto cuidado durante más de tres siglos.

A pesar de su reciente conversión, Nornagesta observó inquieto la llama mientras parpadeaba y, cuando finalmente se apagó, cayó al suelo sin vida, demostrando así que, a pesar del bautismo recién recibido, él aún creyó en las predicciones de las Nornas.

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